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Esta última actitud es de las más torpes para los delincuentes, dentro de su egoísmo; porque tales confidencias pueden a la postre tornarse la clave de denuncias o de testimonios decisivos. Ferri explica esas sorprendentes imprudencias por la pobreza espiritual de los delincuentes natos, manifestada en un defecto, de las asociaciones de ideas que deberían actuar como móviles contrarios de los impulsos criminales; pues no comprenden el peligro de sus palabras, y ceden al impulso del momento. Altavilla subraya que esta vanidad, sobre todo delante de las mujeres, demuestra el relajamiento psíquico de la intimidad, frecuente también con los compinches y con los detenidos. De ahí, la explotación que la policía logra a través de los soplones —delatores y prostitutas— que actúan en el hampa e incluso en el interior de establecimientos carcelarios. En cuanto a la vanidad del crimen realmente realizado y confesado ante la justicia, no se trata sino de una falta total de principios morales, cuando no de una simulación calculada para pretender la declaración de demencia. En relación con la atribución del delito sensacional no cometido, como sólo existen riesgos sin posibilidad de mejorar la posición procesal, sí ha de pensarse en un extravío mental. Ello no sólo basta para absolver, si se logra descubrir el infundio, sino que resulta suficiente además para un tratamiento preventivo que impida, en la evolución de la tendencia, que el fracasado una vez quiera vengarse con un delito real, ya que no siente escrúpulos en atribuírselos, ni le intimidan las consecuencias.
¿Mejoramos la definición?
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Publicado el 15/06/2018. |
