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proceso de individuación

Carl Gustav Jung lo define como “aquel proceso que engendra un individuo psicológico, es decir, una unidad aparte, indivisible, un Todo”. Existe un concepto genérico denominado a su vez principio de individuación que, en palabras de su propio autor, significa llegar “a ser un individuo y, en cuanto por individualidad entendemos nuestra peculiaridad más interna, última e incomparable, llegar a ser uno mismo”. Por ello se podría traducir individuación también por mismación o autorrealización. Este proceso de individuación-separación atraviesa diferentes etapas que comienzan desde el primer mes de vida (fase autística normal), en la que el bebé aún no reconoce la existencia de la madre, por lo que no diferencia los cuidados que ella le provee de sus propios intentos por disminuir la tensión que le significa la vida extrauterina, y se repliega sobre sí mismo. De los dos a los seis meses, aparece el estadio simbiótico, que se caracteriza por la ilusión de formar con la madre una unidad que todo lo puede y por la imposibilidad de diferenciar lo interno de lo externo, aquello que le corresponde a sí mismo y a otros. Recién a los cinco o seis meses, la relación simbiótica se establece sólo con la madre o con quien cumpla su función, por lo que el bebé ya no acepta fácilmente cualquier otra figura. De los seis a diez meses, el bebé “rompe el cascarón”, se diferencia y le interesa el mundo exterior. A partir de los diez y hasta los dieciocho meses, la posibilidad de desplazarse por sí mismo, junto con la aparición de la marcha, brinda al bebé un enorme placer y significa la culminación de la creencia de su omnipotencia mágica. Desde este momento y hasta los tres años, en el período de reacercamiento, se abandona la omnipotencia que se inició con el fin de la fase anterior. Esto hace vulnerable su autoestima, que nuevamente se consolida a partir del logro de la autonomía que promueve la marcha ya consolidada. De los tres años en adelante, en el período de la constancia objetal, se trata de lograr la individualidad. Para ello el niño deberá haber logrado la internalización de la figura de la madre, aceptando símbolos que la representen en su ausencia.

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